El cálido sabor del té en la tarde bastaba
para ensombrecer los ánimos. Cómo pensar que las apariencias llegarían tan
lejos.
Amor, al parecer no mutuo, respeto, sí. Hay respeto de parte de los dos, respeto y silencio, silencio para no manchar con tinta la tan bien pintada obra de arte.
-Mary, prepárale la cena a el joven Adam.
-Señora, el joven ya cenó hace una hora.
-No importa, simplemente retírate.
-Sí, señora.
Una mujer robusta desapareció de la
habitación, pensando por lo bajo, caminando hacia otro lado, perdiéndose,
simplemente perdiéndose.
Una ráfaga de viento entra por las cortinas,
silenciosa, estas mismas danzan al compás del silbido sordo. La luna empieza a
resplandecer, se distingue bajo el horizonte, grande, entera.
Las blancas paredes carecen de manchas de
humedad, las columnas solitarias prefieren quedarse en su sitio. Todo da una
sensación extravagante, exótica. Los cuadros son cómplices de este acto. El
candelabro de siete velas, baña siete veces a la única compañía, son dos, dos
rostros cayendo en la desgracia
La más joven, una dama rubia mira a la
distancia, no pasan ni dos minutos que tiene que quitarse el mechón de pelo que
cae sobre su pálido rostro. Esta preocupada, pero sin embargo prefiere
dejárselo al destino.
-Annie... -un hombre castaño interviene su
preocupación.
-Guárdatelo, Will, ambos sabemos lo que
sucederá... -dos voces lo interrumpen, son dos almas las que hablan, aunque la
segunda no emite sonido alguno, espera para poder opinar, espera quieto,
sentado en su sillón líquido, desde el vientre de su madre.
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